Foto: Fabian Holtz @crossing__worlds

Cuando el arte abrió las Alamedas

Por María Eugenia Domínguez PhD, Periodista, Académica Universidad de Chile @mariarominguez

Hace dos años ya los gritos de “No son 30 pesos, son 30 años”, “No era depresión, era neoliberalismo”, “No quiero volver a la normalidad; la normalidad nos llevó a esto”, “Piedra contra la bala”, tantas y otras frases han poblado las calles de Chile desde octubre de 2019. Junto con ellos, murales y dibujos sintetizan las demandas más sentidas de la revuelta.

Las manifestaciones en la capital quedaron en la memoria en la Plaza de la Dignidad un lugar clave porque coincide con la síntesis de la desigualdad que ostenta Chile desde la dictadura: en el eje que divide históricamente la frontera entre el “barrio rico” y el “barrio pobre”.

Pero en el país, la calle ha sido escenario discursos que han disputado el orden aséptico y mercantil a un modelo que mostró todas sus fisuras. La calle convoca a quienes encienden barricadas La calle también ha sido el escenario donde conviven, como señala Hannah Arendt, la “loca furia” de la revuelta popular, edades y géneros, brigadas de autodefensa y de salud; y rabias desatadas contra bancos y supermercados. La calle es el lugar para luchar por la defensa de los derechos humanos.

La calle ha disputado el sentido de la comunidad a través de marchas, encuentros, cabildos, bailes (como el de las feministas del colectivo Las Tesis, cuya performance masiva Un violador en tu camino se ha replicado en muchas partes del mundo) y ha inspirado a muralistas y expresiones musicales.

La palabra “Dignidad” recorrió cada dibujo, stencil, grafiti, mural, performance, instalación, murga, como un mantra que el sistema neoliberal quiso ahogar. A agosto de 2021, aún hay incertezas sobre el proceso democrático chileno, y es ahí donde la historicidad del archivo visual callejero se puede mapear para que huella sobre huella permita revisar los hilos discursivos recorridos por la manifestación social que durante la pandemia se trasladaría en gran medida a la tribuna digital. Destacan de esos días los esfuerzos por cartografiar las efímeras inscripciones, como los invertidos por Riccardo Marinai y David Meléndez en Muros que hablan. Memoria gráfica del despertar social en Santiago de Chile, octubre 2019 a marzo 2020 (Virtual Ediciones) y por Raúl Molina con su libro Hablan los muros. Grafities de la rebelión social de octubre de 2019 (Editorial Lom).

Los muros hablan porque ahí, en esa ciudad, se habita y se habita de variadas formas distópicas y por eso cuando los muros hablan también hay quienes han querido que su rabia interior “destruya”, “queme” esa ciudad que no les propia, porque han sido excluidos, marginados en el extravío de una materialidad imaginada desde políticas públicas “sin sintonía con la realidad”. Por eso en un lienzo sobre el frontis de la Biblioteca Nacional nos recordaba en noviembre de 2019 que “La poesía está en la calle”. El collage dominó la escena de los muros que durante esos meses disputaba precisamente eso que los movimientos feministas refrendaban en cada manifestación: la posibilidad de un nuevo orden antipatriarcal, imaginado desde una matriz no eurocéntrica, donde una nueva cotidianeidad aconteciera, una nueva normalidad germinara desde formas de habitar reproducidas en los muros como un discurso visual necesario y urgente.